sábado, 23 de junio de 2012

YA ESTAMOS EN VERANO




            El sábado 16 fuimos a Barranco de Ruiz. Nos invitaron Begoña y Juan Carlos. Anunciaban el próximo enlace de su hijo Sergio con Cris. Desde aquí les deseo toda la felicidad del mundo. Y les regalo un EDREDÓN VIRTUAL. Que lo tengan siempre cerca. Y cuando haya algún problema entre ellos que se metan debajo y arreglen las diferencias antes de salir nuevamente al exterior. Besos para los dos.

            La celebración estuvo muy bien. Hacía tiempo que no nos reuníamos y como que teníamos ganas. Por unos motivos o por otros hubo ausencias. Los echamos de menos pero sin más comentarios. Todo discurrió de forma natural. Reconozco que iba con cierta inquietud. Se me pasó enseguida. Gracias.

            Había otros grupos a nuestro alrededor. Uno de ellos era de deficientes mentales. Me admiró el cariño, la dedicación y el respeto de los que los acompañaban. En todo momento estuvieron atendidos, distraídos y queridos. Que Dios los bendiga.

            También había una hamaca ( Red alargada, gruesa y clara, por lo común de pita, la cual, asegurada por las extremidades en dos árboles, estacas o escarpias, queda pendiente en el aire, y sirve de cama y columpio, o bien se usa como vehículo, conduciéndola dos hombres. Se hace también de lona y de otros tejidos resistentes. Es muy usada en los países tropicales). ¡Qué recuerdos me trajo!

            Me transporté a bastantes años atrás, a cuando era niña y jovencita y a una playa que ya no existe. Bueno, existir, existe, pero tan cambiada que para mí ya no es la misma.

            Estoy hablando de la playa de Las Teresitas, con su arena negra, con sus piedras, con su cementerio, sin mamotreto y sin Zerolo ni otros seguidores suyos. Tenía algunas casas. Una de ellas la nuestra. No era una casa tal porque ya en aquellos años no dejaban construir formalmente. Nosotros la llamábamos LA CHABOLA.

            Lo pasamos bien en aquella playa y en aquella chabola. Muy bien. Tengo un recuerdo entrañable que, con la edad, se va haciendo más tierno, dulce y apetecible.

            Íbamos, principalmente en verano. Cuando pequeños, con mis padres siempre y, cuando mayores, unas veces con los padres y otras con amigas/os.

            Tengo muchos recuerdos. Intentaré desgranar algunos.

            La playa era de arena negra. Cada año cambiaba según hubiese sido el mar de fondo en el invierno. Unos veranos había cantidad de arena, mientras que otros afloraban por algunos sitios más rocas de las acostumbradas.
           
Para llegar a la arena teníamos que bajar por una inclinación de piedras de playa. Al principio de verano íbamos despacio porque como bajábamos descalzos nos hacía daño. Pero ya mediado el verano corríamos como cabras por aquellas piedras. Y cuanto más corrías mejor porque te hacías menos daño y te quemabas menos la planta de los pies.

Nos bañábamos muchísimo rato. Salíamos azules y arrugadas. Una temporada tuvimos un neumático de camión (un “gomático”). Era grande y negro. Nos poníamos encima y remando con las manos llegábamos a donde rompían las olas y cuanto más nos revolcaba más divertido era. Ahora que pienso creo que eso fue el comienzo del surf, pero como no hicimos lo del COPYRIGHT (Derecho de autor, es un conjunto de normas jurídicas y principios que regulan los derechos morales y patrimoniales que la ley concede a los autores por el solo hecho de la creación de una obra literaria, artística, musical, científica o didáctica, esté publicada o inédita. Está reconocido como uno de los derechos humanos fundamentales en la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS) pues eso, no cobramos nada de nada. Hay que estar espabilados y nosotros como que no lo estábamos.

El baño de la chabola. Creo que no hay ninguna fotografía. Era genial. La ducha. No sé si sabré explicarla. Eran inventos de mi padre, creo. Era un cubo del revés, en el fondo tenía soldada una flor de ducha, con una llave que dejaba salir o parar el agua. Ese cubo se subía por encima de la cabeza con una cuerda. Bueno, se bajaba, se llenaba de agua con otro cubo y se subía. Se ataba y ya podías ducharte. ¿Y el agua? El agua se sacaba de un pozo que había cerca y también era nuestro. Era un agua salobre no apta para el consumo (me parece).

¿Y el retrete? Pues era de esos que tienen un agujero en el suelo. Hay un sitio para poner bien los pies. Si no los ponías bien mal asunto porque… pues eso, porque… ¡vale! porque el lugar de los pies y el agujero del suelo estaban calculados, muy bien cal-culados. No explico más porque no quiero ofender su inteligencia. Por supuesto que también había un cubo con agua por si te empeñabas en poner mal los pies.

El suelo de la chabola también era de piedras de playa. Había un “salón” donde se hacía la tertulia, se comía, se jugaba al ping-pong…Y todo eso bajo un techo de palmas y las “paredes”, de la mitad hasta la cintura, de ladrillos, y de la cintura hasta el techo era una celosía de madera, pintada de verde. Y por esa celosía veíamos constantemente el mar y los que pasaban por delante nos veían perfectamente a nosotros. No había en ese “salón” nada de intimidad. Pero no recuerdo que nos importara.

Cuando alguna vez venían invitados la mesa dejaba de ser de ping-pong y se convertía en una gran mesa para comer. De eso sí que hay fotografías. Espero que mis hermanas me las proporcionen para incorporarlas.

Del salón se pasaba a una habitación interior, la única. Y ahí estaban las hamacas que me han traído todos estos recuerdos. Jugamos y descansamos mucho en esas hamacas. Y más de uno durmió sus buenos ratitos. Porque por la noche no nos quedábamos salvo muy raras excepciones. Ahora me arrepiento por no haberlo hecho.

Aunque sí que nos quedábamos hasta bastante tarde. Y es entonces, que ya se los conté en otra ocasión, cuando mirábamos al cielo, acostados en el suelo que mi madre nos enseñaba las constelaciones, los nombres de algunas estrellas… Y cuando estaba baja la marea y había luna nos bañábamos. Al fondo, no muy lejos, se veían las luces de las barcas que habían salido a faenar. Una de las cosas que cogían eran potas. Delicioso el recuerdo.

Por supuesto que había una pequeña, pero muy apañada, cocina. No era para hacer muchas florituras pero sí que podías hacer un cafelito, una agüita, unos huevitos fritos…


Era maravilloso cuando el mar estaba en calma, pero el encanto también era grande cuando estaba bravo. Algunas veces, pocas, el mar salpicaba dentro del salón.

Espero tener pronto las fotografías e incorporarlas. Y, seguro, que mis hermanas y hermano aportarán más recuerdos que a mí se me han quedado muchos en el tintero porque no quiero cansarlos.




           

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