martes, 11 de julio de 2017

¿Acoso?

   Iba yo caminando y escuchando la radio. Día 10 de julio de 2017. Radio Nacional de España en su programa "Las mañanas de Radio Nacional". Un tema llamó mi atención: el acoso escolar, pero en la universidad. Hablaba un profesor (¿Rector?) de la Universidad de Granada. Por tratarse de la universidad como que llamó más mi atención. Pensé que iba a hablar de acoso entre compañeros, pero no. Era de profesores a sus alumnas. Me puse en guardia. Tensa. Recuerdos no agradables vinieron a mí. No es que se hubieran ido. Los tenía apartados porque traerlos me hace daño. Me entra rabia y desprecio. Eso no es bueno. 

Vamos a ver, no fue un ¿acoso? tremendo, ni a mí sola, ni algo que de vergüenza contar. Sólo que, nada más y nada menos, me resulta indignante que una persona que se supone que tiene que tener dignidad y una categoría moral, y que tiene que ser ejemplar por el lugar que ocupa en la sociedad, haya sido tan nada ejemplar, tan negativo y repulsivo. Por lo menos en lo que a mí se refiere. 

Para más indignación, hay una calle en Santa Cruz de Tenerife que lleva su nombre. Y eso que su comportamiento era vox populi, por lo menos entre sus alumnas que fuimos unas cuantas generaciones. Y si nosotras lo sabíamos y lo comentábamos en casa, quiero suponer que medio Santa Cruz y media Laguna, siendo esto tan pequeño como era, lo supieran.

Lo que hacía este sujeto era mirarnos, de forma descarada, las piernas. Sí, ya lo sé, eso hoy día puede parecer una estupidez. Pero es que hay que ponerse en la época y en la forma. Explico. 

La época de la que yo hablo, porque sé que hubo antes y después, es de hace más o menos 52 años, allá por 1965, 1966, cuando el uso del pantalón en la mujer no estaba todavía extendido por estos lares. 

La forma era fundamentalmente durante el examen. Eran exámenes orales, de una en una, a solas con él. En el aula o en su despacho. No recuerdo este detalle. Había que sentarse en un pupitre descubierto por delante. Y él se ponía enfrente, a una distancia perfecta para mirar descaradamente. Tan descarado que, si le parecía bien, no tenía reparo en inclinarse hacia un lado para tener una mejor visión. 

Esto no me lo ha contado nadie. Lo viví yo. Si alguna de mis compañeras de curso, o de cursos anteriores o posteriores, leyeran esto, estoy segura de que se acordarán. 

No era una época de denunciar estas cosas. No nos hubieran hecho caso y, casi con seguridad, se lo habrían tomado a risa. Era un tiempo de aguantarse y reprimirse. Afortunadamente, ya no. Por lo menos, aquí.