domingo, 17 de agosto de 2014

MI VECINO

Desde mi más tierna infancia me educaron en el respeto. Ahora pienso que quizás demasiado, aunque, pensándolo mejor, nunca es demasiado ser consciente de lo que ocurre a tu alrededor para comportarte de la mejor forma posible.

Y si digo, en algunas ocasiones, que quizás me educaron demasiado en el respeto es porque la vida ha cambiado tanto que cada vez hay más gente irrespetuosa, por lo que me parece a mí que los respetuosos “salimos perdiendo”.

Pero, además, es que no sé, en mi caso, hasta dónde llega el respeto y empieza la cobardía.

En mi casa de infancia éramos ocho hermanos y el no hacer ruido para no molestar era sagrado. La hora de la siesta de mi padre se respetaba escrupulosamente. Digo la hora pero realmente creo que era más o menos media hora. Ni una mosca volaba en esa media hora para dejar descansar a una persona que trabajaba mucho.

No arrastrar sillas, ni poner el volumen alto de la radio o la TV (cuando la hubo), no gritar… todo era cumplido a rajatabla, no solamente en esa media hora de siesta, sino a lo largo del día, sobre todo a horas tempranas y tardías, y con más cuidado domingos y días de fiesta porque también los vecinos tenían derechos.


Tanto se grabó en mí este respeto que cuando me cambié a una casa en la que no había vecinos ni arriba ni abajo, cada vez que alguien hacía mucho ruido yo decía ¡cuidado, los vecinos!

Y así seguí y así sigo.

Ahora vivo en un piso con vecino al lado y vecina abajo. Con un patio interior que se oye todo. Pero todo, todo. Digo dos veces todo porque en uno van las conversaciones normales y telefónicas, y en el otro todo van las intimidades, que también son normales pero son eso ¡intimidades!

Bueno, ya es hora de que hable de mi vecino, el de al lado. Más que de él voy a decir lo que me ha hecho y de mi respeto/cobardía.

Tengo garaje pero no coche. ¿Quién creen que aparcaba en mi plaza de garaje sin pedir permiso? Sí, el vecino, que tiene su plaza pero cuando tenía visita... Y, cosa curiosa, se enfadaba más la vecina de abajo que yo. ¡Díselo!, ¡díselo!, me empujaba ella. Y ahí que iba yo, tímidamente, a decirle “Por favor, no aparques en mi plaza que algunas veces vienen mis hijos y esta es una zona muy mala para aparcar. Cuando quieras aparcar me avisas y yo te diré si puedes o no”. Él muy cariñoso me respondía “No te preocupes, mi amol, yo te aviso”.

Yo, cobarde. Él, un fresco porque nunca me avisaba y más de una vez tuve problemas cuando llegaron mis hijos y encontraron la plaza ocupada. Cobarde, cobarde. Fresco, fresco.

Otro asunto, el tendedero. Y aquí pongo fotografía para que se entienda mejor.

Explico: la fotografía está tomada desde mi azotea. La que se ve al fondo con una mesa, una tumbona y dos toallas tendidas es la del vecino. Cada uno tiene su parcela.

Sigo. Yo puse un tendedero de esos que se recogen en la pared, y para enganchar las cuerdas puse en el muro medianero, pero en mi lado, esa T que se ve en la fotografía.

A los pocos días, cuál no sería mi asombro y mi enfado cuando vi que había puesto su tendedero igual pero ¡aprovechando mi T para enganchar sus cuerdas!

Cuando se lo dije, tan fresco él me comentó que como está alquilado no quería hacer más agujeros. Yo le dije “pero es que si tendemos los dos puede que la T no aguante”. Respuesta, “no te preocupes mi amol, que está muy bien puesto y aguanta mucho”. Fresco, fresco...

Mi cabreo (sordo, eso sí) fue tal que busqué el número de teléfono de la dueña para decirle que iba a poner sobre el muro medianero una separación alta. ¡Valiente!

Pero, no sé si por el enfado o por lo que sea, me sentí bastante indispuesta y como hay un centro médico que me queda cerca, para allá que fui. 

Estaba yo en el mostrador diciéndole a la señorita lo que me ocurría, cuando se me acerca alguien, me pone el brazo cariñosamente por los hombros y le dice a la chica, “ a esta señora trátala bien que es mi amable vecina. Es un amol”.

Me quedé de piedra. ¡Era mi vecino y,al mismo tiempo, el médico que me tenía que atender!

Ya se imaginan lo que pasó con la separación que iba a poner. Pues eso, que IBA a poner. Cobarde, cobarde.

Más cosas. 

Ha habido y sigue habiendo muchísimo escándalo cuando hay un partido de fútbol que le interesa. Se oyen palabrotas, insultos, golpes… Sospecho que hay bastante alcohol.

Incluso una vez el escándalo fue tan mayúsculo que a las dos de la madrugada alguien llamó a la policía. Ni cuento los insultos que nos dedicó con la voz ya ronca de tanto chillar. Eso sí, al día siguiente una nota debajo de la puerta de cada vecino pidiendo perdón y que no volvería a ocurrir. Es verdad. Perdonado.

No quiero cansarlos, pero es que no puedo dejar en el tintero lo del aire acondicionado.

Pongo un vídeo.





 Las dos ventanas que se ven son de mi vecino sacadas desde mi casa. El edredón que se ve en una de las ventanas es para tapar el hueco que deja el tubo que sale del aire acondicionado (no se ve). 

Se pueden dar una idea del ruido que hace oyendo el vídeo. Ese ruido en el silencio de la noche es mayor. Este verano solamente tiene uno, pero el verano anterior tenia uno en cada ventana porque dormía su madre.

¡Ay, su madre! esa es otra historia con su estridente risa y su constante taconeo. Dios mío, cómo se puede patear tanto por un pasillo con esos ruidosos tacones. ¡Menos mal, ya se fue! ¡No, que vuelve! ¿Qué descanso, ya se marcha! Pero ¿qué hace que vuelve otra vez? Una verdadera tortura.

Volviendo al aire acondicionado diré que yo tengo que pasar calor para que él esté fresco. No puedo dormir con la ventana abierta por el ruido.

Cobarde, cobarde.

Pues no, tan cobarde no. Hablé con los vecinos, hemos hecho una reunión expresamente para ese tema. Se le ha amenazado, se le ha denunciado. Ni caso. Fresco, fresco. Nunca dicho más oportuno.

Un día de Junio de este año en curso coincidimos en el ascensor. Le dije “pero si es que ni siquiera hace calor” No puedo poner la respuesta textual porque fue “científica”. Fue algo así “cuando se llega al sexto o séptimo decenio de la vida los estrógenos…y entonces el calor se siente menos”.

 ¿Ven ustedes que forma más fina de llamarme vieja?


Y en eso estamos. 

Lo único que he conseguido es que no me diga “mi amol”.

Algo es algo.