viernes, 12 de enero de 2018

¡Qué bien viven los ricos!

Sí, ya sé que los ricos también lloran, pero imagino que sus lágrimas en una casa confortable, con servicio, con buena música, con piscina, con... y con dinero para pañuelos, serán más llevaderas que cuando se carece de todas estas cosas. 

Pero hoy yo quiero solamente expresar mi admiración por lo bien que viven cuando no lloran. Nada más que eso. No es el momento para entrar en una comparación entre ricos y pobres, ni sobre las injusticias de la vida, ni nada de eso. Primero porque no estoy segura de hacer una buena defensa de unos o de otros y, segundo y más importante, porque en estos momentos estoy disfrutando de ser rica sin serlo del todo. 

Ahora que me he metido en este berenjenal voy a tener difícil salir airosa, pero tengo que intentarlo. Digo que no soy rica del todo porque lo soy por partes. Tengo una familia que me quiere, amigos, una casa donde cobijarme, un monedero con dinero suficiente para comer y vestirme. Y todo eso me lleva a considerarme rica, muy rica. Pero los ricos que yo digo, además de tener todo eso como yo, tienen también un monedero, pero un monedero que no necesitan mirar porque siempre está lleno. 

Sigo en el berenjenal. Ya sé también que el dinero no da la felicidad. Que con dinero no se puede comprar muchas cosas, como el amor, el cariño, la paz interior... pero no me negarán que ayuda mucho el no tener que pensar en qué comeremos mañana, ¿tendremos gasolina para llegar a fin de mes?, ¿podremos ir a ver esa película que estrenaron ayer o tendremos que esperar a que la pongan en la tele? Y así. Me sospecho que las preguntas que se hacen los ricos serán por el estilo pero formuladas de otra manera. ¿Comeremos mañana en casa o iremos a ese restaurante que le acaban de dar la segunda estrella Michelín? También podríamos coger un vuelo e irnos a París que han abierto un restaurante que me han dicho que está muy bien. Voy a decir que nos consigan las entradas para la ópera. Y así. 

La verdad es que no sé porque me empeño en seguir en el berenjenal cuando lo único que quería expresar es lo bien que he estado estos tres días disfrutando de un regalo que me hicieron por mi cumpleaños. Una estancia de tres días en un hotel del sur. Aquí no han estado ni Puigdemont, ni Rajoy, ni... dando la vara. Hemos estado tranquilos porque tampoco nos hemos traído ni a Juana ni a la hermana. 


martes, 11 de julio de 2017

¿Acoso?

   Iba yo caminando y escuchando la radio. Día 10 de julio de 2017. Radio Nacional de España en su programa "Las mañanas de Radio Nacional". Un tema llamó mi atención: el acoso escolar, pero en la universidad. Hablaba un profesor (¿Rector?) de la Universidad de Granada. Por tratarse de la universidad como que llamó más mi atención. Pensé que iba a hablar de acoso entre compañeros, pero no. Era de profesores a sus alumnas. Me puse en guardia. Tensa. Recuerdos no agradables vinieron a mí. No es que se hubieran ido. Los tenía apartados porque traerlos me hace daño. Me entra rabia y desprecio. Eso no es bueno. 

Vamos a ver, no fue un ¿acoso? tremendo, ni a mí sola, ni algo que de vergüenza contar. Sólo que, nada más y nada menos, me resulta indignante que una persona que se supone que tiene que tener dignidad y una categoría moral, y que tiene que ser ejemplar por el lugar que ocupa en la sociedad, haya sido tan nada ejemplar, tan negativo y repulsivo. Por lo menos en lo que a mí se refiere. 

Para más indignación, hay una calle en Santa Cruz de Tenerife que lleva su nombre. Y eso que su comportamiento era vox populi, por lo menos entre sus alumnas que fuimos unas cuantas generaciones. Y si nosotras lo sabíamos y lo comentábamos en casa, quiero suponer que medio Santa Cruz y media Laguna, siendo esto tan pequeño como era, lo supieran.

Lo que hacía este sujeto era mirarnos, de forma descarada, las piernas. Sí, ya lo sé, eso hoy día puede parecer una estupidez. Pero es que hay que ponerse en la época y en la forma. Explico. 

La época de la que yo hablo, porque sé que hubo antes y después, es de hace más o menos 52 años, allá por 1965, 1966, cuando el uso del pantalón en la mujer no estaba todavía extendido por estos lares. 

La forma era fundamentalmente durante el examen. Eran exámenes orales, de una en una, a solas con él. En el aula o en su despacho. No recuerdo este detalle. Había que sentarse en un pupitre descubierto por delante. Y él se ponía enfrente, a una distancia perfecta para mirar descaradamente. Tan descarado que, si le parecía bien, no tenía reparo en inclinarse hacia un lado para tener una mejor visión. 

Esto no me lo ha contado nadie. Lo viví yo. Si alguna de mis compañeras de curso, o de cursos anteriores o posteriores, leyeran esto, estoy segura de que se acordarán. 

No era una época de denunciar estas cosas. No nos hubieran hecho caso y, casi con seguridad, se lo habrían tomado a risa. Era un tiempo de aguantarse y reprimirse. Afortunadamente, ya no. Por lo menos, aquí. 

domingo, 5 de julio de 2015

QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAN

No, no estoy emulando a Lope de Vega. Él dijo Qué tengo yo que mi amistad procuras, porque se refería a Jesucristo. Y yo digo ...procuran porque me refiero a varios y varias pesados, pesadas.

Ahora va la explicación.

Antes de jubilarme siempre pensaba que una de las cosas que iba a hacer era algo tan sencillo como sentarme en un banco de La Rambla de Santa Cruz o del Parque García Sanabria y ponerme a leer. Solo de pensarlo se me hacía la boca agua.

Pues bien, lo he hecho dos veces. Un banquito con respaldo, a la sombra y algo alejada del bullicio.

Las dos veces apareció compañía. Alguien que se sienta a mi lado y que al ratito empieza, como quien no quiere la cosa, 
-¡qué bien se está aquí!
Silencio.
-Hoy no hace calor pero parece que mañana van a subir las temperaturas.
......... pues sí.

Y ya la fastidié porque, al ver que respondo, ya cogen la hebra y siguen hablando, hablando, hablando. Que si tiene dolores y fue al médico y le mandó unas pastillas que le suben la tensión y que con el colesterol le han mandado a caminar y se le hinchan las piernas y tiene que beber agua y que le han dicho que el agua de alpiste es buena para...

Qué puedo hacer si tuve una educación donde había unas normas de urbanidad en las que se decía, entre otras muchas zarandajas, que había que escuchar a los mayores. Pues cerrar el libro y escuchar. Y darme cuenta de que yo también soy mayor y de que en esas normas no decía nada de escuchar un mayor a otro mayor. Ante la duda siempre salgo perdiendo.

Así que pensé en otra estrategia.

Lo de sentarme en el banco seguía siendo válido pero cambié el libro por auriculares. No oiría nada si alguien se me sentaba al lado.

Ilusa. Siempre he sido una ilusa,

Antes no veía a quien se me sentaba a mi lado porque estaba leyendo. Pero sí que lo oía. Pues, ahora, no lo oía pero sí que lo veía. Y lo veía moviendo los labios (bla, bla, bla) y mirándome.

Carmen, quítate los auriculares que una persona mayor está necesitando comunicarse contigo.
...tengo dolores y fui al médico y me mandó unas pastillas que me suben la tensión y que con el colesterol me han mandado a caminar y se me hinchan las piernas y tengo que beber agua y que me han dicho que el agua de alpiste es buena para...

Así que hoy, domingo 5 de Julio de 2015, he vuelto a intentarlo. Sin libro y sin auriculares. Me siento en un banco del Mercado de Nuestra Señora de África a contemplar a la gente. Había un ir y venir de un personal de lo más variopinto. Estaba encantada.

¿Dos minutos? ¿tres? ¡zas! Un mayor a mi lado.
-¡Cuánta gente! -¡Mire aquella!
Aquella era una chica con una falda-pantalón muy corta que se agachó a recoger algo que su hija había tirado y dejó al descubierto gran parte de su retaguardia.
-¡Eso no se veía antes!
Como yo no decía nada me mira y me dice,
-¡Oye! ¿sabes que tienes cara de macho?
Lo miro tranquilamente y le digo ¡es que soy un macho!
-¿y eso?
De nacimiento, le digo. 
Me levanto muy digna y me voy feliz por haber contribuido al DÍA DEL ORGULLO GAY que, aunque se celebró ayer fantásticamente en Madrid, me había quedado con ganas de verlo.

lunes, 19 de enero de 2015

REFLEXIONES



Sobre mis reflexiones personales diré que hay unas muy buenas, otras buenas, otras regulares, otras malas y otras muy malas, que también las hay.

Pero como este blog lo titulé “Hoy es un día cualquiera voy a  ver si lo mejoro” pues parece que no es cosa de soltar por este teclado palabras y frases negativas y malsonantes, Así que me limitaré a reflexionar sobre lo que vaya saliendo, sin acritud, sin echar espumarajos por la boca, sin tener los ojos inyectados de sangre, ni la vena del cuello hinchada.

Estas reflexiones no suelo, desde hace un par de meses, hacerlas sola. Las hago con una cucaracha que me encuentro todos los días. Está muerta, la cucaracha, yo todavía no. Está en un escaparate de una de esas muchas tiendas que cierran y que, a través del cristal, se ve la soledad de un local vacío. Un local que cuando se abrió estaría lleno de ilusiones y esperanzas. Ahora se ha quedado apagado. A la espera.

Pues ahí quedó ella, la cucaracha, patas arriba, un día tras otro. Esperando que alguien la empuje hacia su lugar definitivo. Se la ve paciente, sin inmutarse, sin desmejorarse. Tranquila.

La primera vez que la vi yo creía que no le había hecho caso pero algo tuvo que trabajar mi subconsciente porque al segundo día ya la miré con algo más de atención y los siguientes ya hasta me atraía y me asombraba. Creo que cada vez que voy llegando al lugar tengo un ligero temor de no encontrarla.

Me dio por meditar a través de ella ¿dónde estará realmente? ¿Se habrán acabado, allá donde quiera que esté, sus temores, sus preocupaciones? La veo totalmente en paz. Parece que ha cumplido su cometido en este mundo y lo ha abandonado sin rencor, más bien con ganas, diría yo no sé por qué.

Otra vez que pasé por ella y la miré sentí como la sensación de un vahído y algo así como que hacía un viaje astral en su compañía. Íbamos como por un mundo idílico, sin prisas y me iba enseñando todos los rincones aunque, me decía, que ya no le hacía falta meterse en ninguno porque aquí nadie la iba a aplastar. Que aquí no molestaba y era muy bien aceptada, pero que los rincones como que todavía ejercían una atracción sobre ella. Que los animales y las personas convivían en paz. Que no había temores. Incluso me llevó a un determinado lugar donde había varias igualitas a ella(por lo menos así me lo parecía a mí), pero como que una en concreto era especial y cuando me la presentó hasta cambió de color, como que se puso colorada, por lo que deduje que era un cucaracho, su cucaracho.

Una confesión que tengo que hacer es que el día que me ocurrió esto yo venía de hacerme un análisis y estaba en ayunas. No sé si eso es importante pero lo digo por si las moscas.

Todavía, a día de hoy, sigue ahí, esperando a que la barran. Yo, mientras, sigo reflexionando a través de ella. Es mi rato de reflexión. Cada uno se evade con lo que puede.

A veces me pregunto ¿qué dirá la gente si se entera de que una cucaracha muerta, patas arriba, me sirve para mis reflexiones?

De esta pregunta me sale otra reflexión. Una reflexión sobre “El qué dirán”

Pues sí, yo he estado toda mi vida muy reprimida por el dichoso qué dirán. Y sé de muy buena tinta que hay mucha gente como yo.

Siempre he envidiado a las personas que hacían cosas sin importarles para nada lo que otros pensarían o dirían sobre su manera de actuar. Para mí era gente valiente, segura de sí y sabia, pero que yo era incapaz de imitar.

¿Cuántas cosas me he perdido por ese temor al qué dirán.

Pero mira por donde la vida me ha dado un poco de oportunidad y ahora, con la edad (y con la cucaracha), he reflexionado y me he dado cuenta de que a la gente yo le importo un pimiento. Que cada uno va a lo suyo. Y que si alguien me mira cuando hago algo inusual, no es que me recrimine, sino simplemente es que siente envidia de lo que hago y que ella no se atreve.

No es que yo haga o cometa muchas excentricidades, pero sí es verdad que a veces hago algo que parece que no es el momento. El otro día, sin ir más lejos, estaba lloviendo a cántaros y me apeteció mojarme y bailar como una loca. Todos me aplaudieron y me sentí feliz.

Realmente, esto último es mentira que lo hice pero sí que me hubiese gustado. Y es que todavía me queda un poco del qué dirán.

Cada uno debería de estar más atento a sus cosas, arreglar su vida y dejar de arreglar la vida de los demás.

¡Mira esa, con una chaqueta color pistacho y los pantalones rojos! ¡Qué horror! ¡Qué mal gusto! ¡Qué hortera!... y  no se pierdan el remate a todo este comentario: ¡ASÍ SERÁ ELLA!

Esto que acabo de escribir es real como la vida misma. Dedujeron sin duda ninguna cómo era yo por la combinación de colores que llevaba. Debe de ser una nueva teoría psicológica.

Hay gente que piensa que sus gustos en combinar colores, ropas, peinados, formas de llevar las cosas…son universales.  Es lo que hay y nada más.

No hay posibilidad de otras combinaciones de colores, no hay posibilidad de que una que tiene un cuerpo no tan bonito lleve determinada ropa…no, no es posible.

Para mí, estas personas, a su ínfimo nivel, son verdaderos talibanes.

Si estas mentes estrechas, que se creen en posesión de la verdad absoluta, llegan a tener algún poder, arrasan allá por donde vayan. Son incapaces del diálogo, de abrir sus oídos y sus mentes a otros planteamientos.

POR IMPONER “SU VERDAD”, ¡MATAN!

Como a la cucaracha que no tuvo ocasión de explicarse, de decir qué hacía ella en ese sitio justo en el momento que la descubrieron. Fue una víctima del qué dirán y del no diálogo.

Y yo, digan lo que digan, con mi chaqueta pistacho y mis pantalones rojos, seguiré reflexionando todos los días con ella. Hasta que la barran, limpien el local y vuelva a aparecer la ilusión y la esperanza, que están ahí, dormidas, pero están.



domingo, 17 de agosto de 2014

MI VECINO

Desde mi más tierna infancia me educaron en el respeto. Ahora pienso que quizás demasiado, aunque, pensándolo mejor, nunca es demasiado ser consciente de lo que ocurre a tu alrededor para comportarte de la mejor forma posible.

Y si digo, en algunas ocasiones, que quizás me educaron demasiado en el respeto es porque la vida ha cambiado tanto que cada vez hay más gente irrespetuosa, por lo que me parece a mí que los respetuosos “salimos perdiendo”.

Pero, además, es que no sé, en mi caso, hasta dónde llega el respeto y empieza la cobardía.

En mi casa de infancia éramos ocho hermanos y el no hacer ruido para no molestar era sagrado. La hora de la siesta de mi padre se respetaba escrupulosamente. Digo la hora pero realmente creo que era más o menos media hora. Ni una mosca volaba en esa media hora para dejar descansar a una persona que trabajaba mucho.

No arrastrar sillas, ni poner el volumen alto de la radio o la TV (cuando la hubo), no gritar… todo era cumplido a rajatabla, no solamente en esa media hora de siesta, sino a lo largo del día, sobre todo a horas tempranas y tardías, y con más cuidado domingos y días de fiesta porque también los vecinos tenían derechos.


Tanto se grabó en mí este respeto que cuando me cambié a una casa en la que no había vecinos ni arriba ni abajo, cada vez que alguien hacía mucho ruido yo decía ¡cuidado, los vecinos!

Y así seguí y así sigo.

Ahora vivo en un piso con vecino al lado y vecina abajo. Con un patio interior que se oye todo. Pero todo, todo. Digo dos veces todo porque en uno van las conversaciones normales y telefónicas, y en el otro todo van las intimidades, que también son normales pero son eso ¡intimidades!

Bueno, ya es hora de que hable de mi vecino, el de al lado. Más que de él voy a decir lo que me ha hecho y de mi respeto/cobardía.

Tengo garaje pero no coche. ¿Quién creen que aparcaba en mi plaza de garaje sin pedir permiso? Sí, el vecino, que tiene su plaza pero cuando tenía visita... Y, cosa curiosa, se enfadaba más la vecina de abajo que yo. ¡Díselo!, ¡díselo!, me empujaba ella. Y ahí que iba yo, tímidamente, a decirle “Por favor, no aparques en mi plaza que algunas veces vienen mis hijos y esta es una zona muy mala para aparcar. Cuando quieras aparcar me avisas y yo te diré si puedes o no”. Él muy cariñoso me respondía “No te preocupes, mi amol, yo te aviso”.

Yo, cobarde. Él, un fresco porque nunca me avisaba y más de una vez tuve problemas cuando llegaron mis hijos y encontraron la plaza ocupada. Cobarde, cobarde. Fresco, fresco.

Otro asunto, el tendedero. Y aquí pongo fotografía para que se entienda mejor.

Explico: la fotografía está tomada desde mi azotea. La que se ve al fondo con una mesa, una tumbona y dos toallas tendidas es la del vecino. Cada uno tiene su parcela.

Sigo. Yo puse un tendedero de esos que se recogen en la pared, y para enganchar las cuerdas puse en el muro medianero, pero en mi lado, esa T que se ve en la fotografía.

A los pocos días, cuál no sería mi asombro y mi enfado cuando vi que había puesto su tendedero igual pero ¡aprovechando mi T para enganchar sus cuerdas!

Cuando se lo dije, tan fresco él me comentó que como está alquilado no quería hacer más agujeros. Yo le dije “pero es que si tendemos los dos puede que la T no aguante”. Respuesta, “no te preocupes mi amol, que está muy bien puesto y aguanta mucho”. Fresco, fresco...

Mi cabreo (sordo, eso sí) fue tal que busqué el número de teléfono de la dueña para decirle que iba a poner sobre el muro medianero una separación alta. ¡Valiente!

Pero, no sé si por el enfado o por lo que sea, me sentí bastante indispuesta y como hay un centro médico que me queda cerca, para allá que fui. 

Estaba yo en el mostrador diciéndole a la señorita lo que me ocurría, cuando se me acerca alguien, me pone el brazo cariñosamente por los hombros y le dice a la chica, “ a esta señora trátala bien que es mi amable vecina. Es un amol”.

Me quedé de piedra. ¡Era mi vecino y,al mismo tiempo, el médico que me tenía que atender!

Ya se imaginan lo que pasó con la separación que iba a poner. Pues eso, que IBA a poner. Cobarde, cobarde.

Más cosas. 

Ha habido y sigue habiendo muchísimo escándalo cuando hay un partido de fútbol que le interesa. Se oyen palabrotas, insultos, golpes… Sospecho que hay bastante alcohol.

Incluso una vez el escándalo fue tan mayúsculo que a las dos de la madrugada alguien llamó a la policía. Ni cuento los insultos que nos dedicó con la voz ya ronca de tanto chillar. Eso sí, al día siguiente una nota debajo de la puerta de cada vecino pidiendo perdón y que no volvería a ocurrir. Es verdad. Perdonado.

No quiero cansarlos, pero es que no puedo dejar en el tintero lo del aire acondicionado.

Pongo un vídeo.





 Las dos ventanas que se ven son de mi vecino sacadas desde mi casa. El edredón que se ve en una de las ventanas es para tapar el hueco que deja el tubo que sale del aire acondicionado (no se ve). 

Se pueden dar una idea del ruido que hace oyendo el vídeo. Ese ruido en el silencio de la noche es mayor. Este verano solamente tiene uno, pero el verano anterior tenia uno en cada ventana porque dormía su madre.

¡Ay, su madre! esa es otra historia con su estridente risa y su constante taconeo. Dios mío, cómo se puede patear tanto por un pasillo con esos ruidosos tacones. ¡Menos mal, ya se fue! ¡No, que vuelve! ¿Qué descanso, ya se marcha! Pero ¿qué hace que vuelve otra vez? Una verdadera tortura.

Volviendo al aire acondicionado diré que yo tengo que pasar calor para que él esté fresco. No puedo dormir con la ventana abierta por el ruido.

Cobarde, cobarde.

Pues no, tan cobarde no. Hablé con los vecinos, hemos hecho una reunión expresamente para ese tema. Se le ha amenazado, se le ha denunciado. Ni caso. Fresco, fresco. Nunca dicho más oportuno.

Un día de Junio de este año en curso coincidimos en el ascensor. Le dije “pero si es que ni siquiera hace calor” No puedo poner la respuesta textual porque fue “científica”. Fue algo así “cuando se llega al sexto o séptimo decenio de la vida los estrógenos…y entonces el calor se siente menos”.

 ¿Ven ustedes que forma más fina de llamarme vieja?


Y en eso estamos. 

Lo único que he conseguido es que no me diga “mi amol”.

Algo es algo.

jueves, 17 de julio de 2014

ALAS Y RAÍCES

Hoy tengo ganas de pensar. Un poquito nada más.

Toda la vida estamos luchando por las alas y por las raíces. Aquellas por tenerlas y volar, y éstas por cortarlas y enraizarlas en otro sitio.

Nacemos sin alas y sin raíces pero aferrados a nuestros padres que nos las van a proporcionar
.
Van creciendo primero las raíces unidas a las de quienes nos dieron la vida. Las alas tardan más, bastante más y aprovechamos las de nuestros mayores para volar con ellos.

A medida que crecemos nuestras raíces se van independizando, separando, desgajando y tomando vida propia. Aunque hoy en día hay raíces que tardan en separarse y, como ya hay alas, el problema es querer volar libremente sin tener raíces propias. Difícil, muy difícil. Problemas.

En otras ocasiones hay progenitores que se resisten a que las raíces de sus retoños se desprendan ni que las alas se muevan solas. Quieren controlar. Problemas.

La naturaleza lo que nos dice es que cuando crecen las alas hay que dejar volar aunque se tropiecen. Tienen que ir aprendiendo. Irán y volverán. Se harán fuertes. Enraizarán en otra tierra. Se entremezclarán, o no, con otra raíz. Empezará otro ciclo.

Desde la distancia las alas y raíces viejas verán volar a sus vástagos. Unas veces volando bien. Otras dando bandazos. Pero, a no ser que lo pidan, no podrán intervenir. Solamente presentes en una callada atención.  Ya tienen alas y raíces propias.

Ahora le toca a las nuevas alas velar por las viejas a las que, cada vez más, les cuesta remontar, no solo porque tienen unas alas muy gastadas por el uso, sino también porque con el tiempo las raíces se van hundiendo más y más en la tierra hasta que un día se funden con ella.

Es bueno no perder de vista de donde provienen las alas y las raíces. Es, nos guste o no, nuestro signo de identidad.


Se me ocurren muchísimas reflexiones sobre este asunto, como por ejemplo, alas nuevas y raíces nuevas que chocan unas contra otras; alas y raíces que quieren intervenir, opinar, criticar de otras alas y raíces que no les incumben… 

Pero eso ya me cansaría mucho. Ya mis alas están pesadas, mis raíces muy hundidas y tengo que dejar paso a los que van más deprisa. 

Yo ya no la tengo.

lunes, 16 de junio de 2014

A VUELTAS CON EL VEGETARIANISMO

A veces, bueno, siempre, me asombro de la reacción de algunas personas cuando se enteran que soy vegetariana o, aún sabiéndolo desde hace tiempo, como que les molesta, les incomoda.

Yo, sinceramente, creo que soy pacífica y que no hago alarde de lo que soy o dejo de ser. Es más, yo quiero ser vegana, de hecho en mi vida íntima lo soy. Y esto puede que algunos veganos no lo entiendan. Pero yo sí. No lo soy cuando salgo fuera de casa a comer por no molestar, por no incomodar. Si voy a comer a casa de alguien que sabe que soy vegetariana y que se ha esforzado en preparar una comida pensando en mí, cuando llega el postre, por ejemplo, y compruebo que lleva leche o huevos o miel no hago lo que a mí me parece un desprecio al decirle que no y me lo como. Lo mismo cuando voy a un restaurante con amigos, donde, muchas veces, comer como vegetariana es un problema, no te digo comer como vegana. Y por eso me sorprende más esas actitudes de rechazo y malestar sobretodo de personas cercanas a mí.

Y es, quizás, por estas actitudes cuando me pongo a pensar, a meditar, intentando buscar una explicación. 

Una de las que se me ocurre es que si a esas personas, que se sienten incómodas ante mi determinación de no comer carne de ningún ser vivo, les hace cuestionarse su actitud frente a esos mismos seres vivos. Que, a lo mejor, hasta sin darse cuenta, se les remueva su conciencia.

Sería algo parecido a lo que nos ocurre cuando vemos en TV imágenes de gente que muere de hambre y miramos para otro lado porque no queremos que nos perturben, que nos saquen de nuestro estado de bienestar. Sabemos que “eso” existe, que “eso” ocurre, pero que está lejos y nosotros “gracias a Dios” nacimos con más suerte. Ya habrá gente que se ocupe de "eso"…y miles de excusas más para no implicarnos y tranquilizar nuestro interior.

Yo respeto a los omnívoros como respeto a los fumadores. 

Yo misma, durante mucho tiempo, fui las dos cosas. No me alegro de eso pero no lo oculto. Lo que sí es que doy gracias constantes por haber podido dejar entrar en mi cerebro, de forma clara y rotunda, que las dos cosas eran dañinas para mí y para mi entorno.


No intento imponer nada. 

Ahora, una cosa que sí exijo es que cuando quieran rebatir mis ideas tengan buenos y certeros argumentos. Que se hayan informado, que hayan leído sobre el tema y que hayan visto documentales como lo he hecho yo, o más.