El sábado 16 fuimos a Barranco de
Ruiz. Nos invitaron Begoña y Juan Carlos. Anunciaban el próximo enlace de su
hijo Sergio con Cris. Desde aquí les deseo toda la felicidad del mundo. Y les
regalo un EDREDÓN VIRTUAL. Que lo tengan siempre cerca. Y cuando haya algún
problema entre ellos que se metan debajo y arreglen las diferencias antes de
salir nuevamente al exterior. Besos para los dos.
La celebración estuvo muy bien.
Hacía tiempo que no nos reuníamos y como que teníamos ganas. Por unos motivos o
por otros hubo ausencias. Los echamos de menos pero sin más comentarios. Todo
discurrió de forma natural. Reconozco que iba con cierta inquietud. Se me pasó
enseguida. Gracias.
Había otros grupos a nuestro
alrededor. Uno de ellos era de deficientes mentales. Me admiró el cariño, la
dedicación y el respeto de los que los acompañaban. En todo momento estuvieron
atendidos, distraídos y queridos. Que Dios los bendiga.
También había una hamaca ( Red alargada, gruesa y clara, por lo común de pita, la cual, asegurada
por las extremidades en dos árboles, estacas o escarpias, queda pendiente en el
aire, y sirve de cama y columpio, o bien se usa como vehículo, conduciéndola
dos hombres. Se hace también de lona y de otros tejidos resistentes. Es muy
usada en los países tropicales). ¡Qué recuerdos me trajo!
Me
transporté a bastantes años atrás, a cuando era niña y jovencita y a una playa
que ya no existe. Bueno, existir, existe, pero tan cambiada que para mí ya no
es la misma.
Estoy
hablando de la playa de Las Teresitas, con su arena negra, con sus piedras, con
su cementerio, sin mamotreto y sin Zerolo ni otros seguidores suyos. Tenía
algunas casas. Una de ellas la nuestra. No era una casa tal porque ya en
aquellos años no dejaban construir formalmente. Nosotros la llamábamos LA
CHABOLA.
Lo
pasamos bien en aquella playa y en aquella chabola. Muy bien. Tengo un recuerdo
entrañable que, con la edad, se va haciendo más tierno, dulce y apetecible.
Íbamos,
principalmente en verano. Cuando pequeños, con mis padres siempre y, cuando
mayores, unas veces con los padres y otras con amigas/os.
Tengo
muchos recuerdos. Intentaré desgranar algunos.
La
playa era de arena negra. Cada año cambiaba según hubiese sido el mar de fondo
en el invierno. Unos veranos había cantidad de arena, mientras que otros afloraban
por algunos sitios más rocas de las acostumbradas.
Para llegar a la arena teníamos que
bajar por una inclinación de piedras de playa. Al principio de verano íbamos
despacio porque como bajábamos descalzos nos hacía daño. Pero ya mediado el
verano corríamos como cabras por aquellas piedras. Y cuanto más corrías mejor
porque te hacías menos daño y te quemabas menos la planta de los pies.
Nos bañábamos muchísimo rato. Salíamos
azules y arrugadas. Una temporada tuvimos un neumático de camión (un “gomático”).
Era grande y negro. Nos poníamos encima y remando con las manos llegábamos a
donde rompían las olas y cuanto más nos revolcaba más divertido era. Ahora que
pienso creo que eso fue el comienzo del surf, pero como no hicimos lo del
COPYRIGHT (Derecho de autor, es un conjunto de
normas jurídicas y principios que regulan los derechos
morales y patrimoniales que la ley concede a los autores por el solo hecho
de la creación de una obra literaria, artística, musical, científica o didáctica, esté publicada o inédita. Está
reconocido como uno de los derechos humanos fundamentales en la DECLARACIÓN
UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS) pues eso, no cobramos nada de nada. Hay que
estar espabilados y nosotros como que no lo estábamos.
El baño de la chabola. Creo que no hay ninguna
fotografía. Era genial. La ducha. No sé si sabré explicarla. Eran inventos de
mi padre, creo. Era un cubo del revés, en el fondo tenía soldada una flor de
ducha, con una llave que dejaba salir o parar el agua. Ese cubo se subía por
encima de la cabeza con una cuerda. Bueno, se bajaba, se llenaba de agua con
otro cubo y se subía. Se ataba y ya podías ducharte. ¿Y el agua? El agua se
sacaba de un pozo que había cerca y también era nuestro. Era un agua salobre no
apta para el consumo (me parece).
¿Y el retrete? Pues era de esos que tienen un agujero
en el suelo. Hay un sitio para poner bien los pies. Si no los ponías bien mal
asunto porque… pues eso, porque… ¡vale! porque el lugar de los pies y el
agujero del suelo estaban calculados, muy bien cal-culados. No explico más
porque no quiero ofender su inteligencia. Por supuesto que también había un
cubo con agua por si te empeñabas en poner mal los pies.
El suelo de la chabola también era de piedras de playa.
Había un “salón” donde se hacía la tertulia, se comía, se jugaba al ping-pong…Y
todo eso bajo un techo de palmas y las “paredes”, de la mitad hasta la cintura,
de ladrillos, y de la cintura hasta el techo era una celosía de madera, pintada
de verde. Y por esa celosía veíamos constantemente el mar y los que pasaban por
delante nos veían perfectamente a nosotros. No había en ese “salón” nada de
intimidad. Pero no recuerdo que nos importara.
Cuando alguna vez venían invitados la mesa dejaba de
ser de ping-pong y se convertía en una gran mesa para comer. De eso sí que hay
fotografías. Espero que mis hermanas me las proporcionen para incorporarlas.
Del salón se pasaba a una habitación interior, la
única. Y ahí estaban las hamacas que me han traído todos estos recuerdos.
Jugamos y descansamos mucho en esas hamacas. Y más de uno durmió sus buenos
ratitos. Porque por la noche no nos quedábamos salvo muy raras excepciones.
Ahora me arrepiento por no haberlo hecho.
Aunque sí que nos quedábamos hasta bastante tarde. Y
es entonces, que ya se los conté en otra ocasión, cuando mirábamos al cielo,
acostados en el suelo que mi madre nos enseñaba las constelaciones, los nombres
de algunas estrellas… Y cuando estaba baja la marea y había luna nos bañábamos.
Al fondo, no muy lejos, se veían las luces de las barcas que habían salido a
faenar. Una de las cosas que cogían eran potas. Delicioso el recuerdo.
Por supuesto que había una pequeña, pero muy apañada,
cocina. No era para hacer muchas florituras pero sí que podías hacer un
cafelito, una agüita, unos huevitos fritos…
Era maravilloso cuando el mar estaba en calma, pero el
encanto también era grande cuando estaba bravo. Algunas veces, pocas, el mar
salpicaba dentro del salón.
Espero tener pronto las fotografías e incorporarlas.
Y, seguro, que mis hermanas y hermano aportarán más recuerdos que a mí se me
han quedado muchos en el tintero porque no quiero cansarlos.
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