Desde mi más tierna
infancia me educaron en el respeto. Ahora pienso que quizás demasiado, aunque,
pensándolo mejor, nunca es demasiado ser consciente de lo que ocurre a tu
alrededor para comportarte de la mejor forma posible.
Y si digo, en algunas
ocasiones, que quizás me educaron demasiado en el respeto es porque la vida ha
cambiado tanto que cada vez hay más gente irrespetuosa, por lo que me parece a
mí que los respetuosos “salimos perdiendo”.
Pero, además, es que no
sé, en mi caso, hasta dónde llega el respeto y empieza la cobardía.
En mi casa de infancia
éramos ocho hermanos y el no hacer ruido para no molestar era sagrado. La hora
de la siesta de mi padre se respetaba escrupulosamente. Digo la hora pero
realmente creo que era más o menos media hora. Ni una mosca volaba en esa media
hora para dejar descansar a una persona que trabajaba mucho.
No arrastrar sillas, ni poner el
volumen alto de la radio o la TV (cuando la hubo), no gritar… todo era cumplido a
rajatabla, no solamente en esa media hora de siesta, sino a lo largo del día,
sobre todo a horas tempranas y tardías, y con más cuidado domingos y días de
fiesta porque también los vecinos tenían derechos.
Tanto se grabó en mí este
respeto que cuando me cambié a una casa en la que no había vecinos ni arriba ni
abajo, cada vez que alguien hacía mucho ruido yo decía ¡cuidado, los vecinos!
Y así seguí y así sigo.
Ahora vivo en un piso con
vecino al lado y vecina abajo. Con un patio interior que se oye todo. Pero
todo, todo. Digo dos veces todo porque en uno van las conversaciones normales y
telefónicas, y en el otro todo van las intimidades, que también son normales
pero son eso ¡intimidades!
Bueno, ya es hora de que
hable de mi vecino, el de al lado. Más que de él voy a decir lo que me ha hecho
y de mi respeto/cobardía.
Tengo garaje pero no coche.
¿Quién creen que aparcaba en mi plaza de garaje sin pedir permiso? Sí, el
vecino, que tiene su plaza pero cuando tenía visita... Y, cosa curiosa, se
enfadaba más la vecina de abajo que yo. ¡Díselo!, ¡díselo!, me empujaba ella. Y
ahí que iba yo, tímidamente, a decirle “Por favor, no aparques en mi plaza que
algunas veces vienen mis hijos y esta es una zona muy mala para aparcar. Cuando
quieras aparcar me avisas y yo te diré si puedes o no”. Él muy cariñoso me
respondía “No te preocupes, mi amol, yo te aviso”.
Yo, cobarde. Él, un fresco
porque nunca me avisaba y más de una vez tuve problemas cuando llegaron mis
hijos y encontraron la plaza ocupada. Cobarde, cobarde. Fresco, fresco.
Otro asunto, el tendedero.
Y aquí pongo fotografía para que se entienda mejor.
Explico: la fotografía
está tomada desde mi azotea. La que se ve al fondo con una mesa, una tumbona y
dos toallas tendidas es la del vecino. Cada uno tiene su parcela.
Sigo. Yo puse un tendedero
de esos que se recogen en la pared, y para enganchar las cuerdas puse en el
muro medianero, pero en mi lado, esa T que se ve en la fotografía.
A los pocos días, cuál no
sería mi asombro y mi enfado cuando vi que había puesto su tendedero igual pero
¡aprovechando mi T para enganchar sus cuerdas!
Cuando se lo dije, tan
fresco él me comentó que como está alquilado no quería hacer más agujeros. Yo
le dije “pero es que si tendemos los dos puede que la T no aguante”. Respuesta,
“no te preocupes mi amol, que está muy bien puesto y aguanta mucho”. Fresco,
fresco...
Mi cabreo (sordo, eso sí)
fue tal que busqué el número de teléfono de la dueña para decirle que iba a
poner sobre el muro medianero una separación alta. ¡Valiente!
Pero, no sé si por el
enfado o por lo que sea, me sentí bastante indispuesta y como hay un centro
médico que me queda cerca, para allá que fui.
Estaba yo en el mostrador
diciéndole a la señorita lo que me ocurría, cuando se me acerca alguien, me
pone el brazo cariñosamente por los hombros y le dice a la chica, “ a esta
señora trátala bien que es mi amable vecina. Es un amol”.
Me quedé de piedra. ¡Era
mi vecino y,al mismo tiempo, el médico que me tenía que atender!
Ya se imaginan lo que pasó
con la separación que iba a poner. Pues eso, que IBA a poner. Cobarde, cobarde.
Más cosas.
Ha habido y
sigue habiendo muchísimo escándalo cuando hay un partido de fútbol que le
interesa. Se oyen palabrotas, insultos, golpes… Sospecho que hay bastante
alcohol.
Incluso una vez el escándalo fue tan mayúsculo que a las dos de la
madrugada alguien llamó a la policía. Ni cuento los insultos que nos dedicó con
la voz ya ronca de tanto chillar. Eso sí, al día siguiente una nota debajo de
la puerta de cada vecino pidiendo perdón y que no volvería a ocurrir. Es
verdad. Perdonado.
No quiero cansarlos, pero
es que no puedo dejar en el tintero lo del aire acondicionado.
Pongo un vídeo.
Las dos
ventanas que se ven son de mi vecino sacadas desde mi casa. El edredón que se
ve en una de las ventanas es para tapar el hueco que deja el tubo que sale del
aire acondicionado (no se ve).
Se pueden dar una idea del ruido que hace oyendo
el vídeo. Ese ruido en el silencio de la noche es mayor. Este verano solamente
tiene uno, pero el verano anterior tenia uno en cada ventana porque dormía su
madre.
¡Ay, su madre! esa es otra
historia con su estridente risa y su constante taconeo. Dios mío, cómo se puede
patear tanto por un pasillo con esos ruidosos tacones. ¡Menos mal, ya se fue! ¡No, que vuelve! ¿Qué descanso, ya se marcha! Pero ¿qué hace que vuelve otra vez?
Una verdadera tortura.
Volviendo al aire
acondicionado diré que yo tengo que pasar calor para que él esté fresco. No
puedo dormir con la ventana abierta por el ruido.
Cobarde, cobarde.
Pues no, tan cobarde no.
Hablé con los vecinos, hemos hecho una reunión expresamente para ese tema. Se
le ha amenazado, se le ha denunciado. Ni caso. Fresco, fresco. Nunca dicho más
oportuno.
Un día de Junio de este
año en curso coincidimos en el ascensor. Le dije “pero si es que ni siquiera
hace calor” No puedo poner la respuesta textual porque fue “científica”. Fue
algo así “cuando se llega al sexto o séptimo decenio de la vida los estrógenos…y entonces el calor se siente menos”.
¿Ven ustedes que forma más fina de llamarme vieja?
Y en eso estamos.
Lo único
que he conseguido es que no me diga “mi amol”.
Algo es algo.