Sobre
mis reflexiones personales diré que hay unas muy buenas, otras buenas, otras regulares,
otras malas y otras muy malas, que también las hay.
Pero
como este blog lo titulé “Hoy es un día cualquiera voy a ver si lo mejoro” pues parece que no es cosa
de soltar por este teclado palabras y frases negativas y malsonantes, Así que
me limitaré a reflexionar sobre lo que vaya saliendo, sin acritud, sin echar espumarajos por la boca, sin tener los ojos inyectados de sangre, ni la vena del
cuello hinchada.
Estas
reflexiones no suelo, desde hace un par de meses, hacerlas sola. Las hago
con una cucaracha que me encuentro todos los días. Está muerta, la cucaracha,
yo todavía no. Está en un escaparate de una de esas muchas tiendas que cierran
y que, a través del cristal, se ve la soledad de un local vacío. Un local que
cuando se abrió estaría lleno de ilusiones y esperanzas. Ahora se ha quedado
apagado. A la espera.
Pues
ahí quedó ella, la cucaracha, patas arriba, un día tras otro. Esperando que
alguien la empuje hacia su lugar definitivo. Se la ve paciente, sin inmutarse,
sin desmejorarse. Tranquila.
La
primera vez que la vi yo creía que no le había hecho caso pero algo tuvo que
trabajar mi subconsciente porque al segundo día ya la miré con algo más de atención
y los siguientes ya hasta me atraía y me asombraba. Creo que cada vez que voy
llegando al lugar tengo un ligero temor de no encontrarla.
Me
dio por meditar a través de ella ¿dónde estará realmente? ¿Se habrán acabado,
allá donde quiera que esté, sus temores, sus preocupaciones? La veo totalmente
en paz. Parece que ha cumplido su cometido en este mundo y lo ha abandonado sin
rencor, más bien con ganas, diría yo no sé por qué.
Otra
vez que pasé por ella y la miré sentí como la sensación de un vahído y algo así
como que hacía un viaje astral en su compañía. Íbamos como por un mundo
idílico, sin prisas y me iba enseñando todos los rincones aunque, me decía, que
ya no le hacía falta meterse en ninguno porque aquí nadie la iba a aplastar.
Que aquí no molestaba y era muy bien aceptada, pero que los rincones como que todavía ejercían una atracción sobre ella. Que los animales y las personas
convivían en paz. Que no había temores. Incluso me llevó a un determinado lugar
donde había varias igualitas a ella(por lo menos así me lo parecía a mí), pero como que una en concreto era especial
y cuando me la presentó hasta cambió de color, como que se puso colorada, por
lo que deduje que era un cucaracho, su cucaracho.
Una
confesión que tengo que hacer es que el día que me ocurrió esto yo venía de
hacerme un análisis y estaba en ayunas. No sé si eso es importante pero lo digo
por si las moscas.
Todavía,
a día de hoy, sigue ahí, esperando a que la barran. Yo, mientras, sigo
reflexionando a través de ella. Es mi rato de reflexión. Cada uno se evade con
lo que puede.
A
veces me pregunto ¿qué dirá la gente si se entera de que una cucaracha muerta,
patas arriba, me sirve para mis reflexiones?
De
esta pregunta me sale otra reflexión. Una reflexión sobre “El qué dirán”
Pues
sí, yo he estado toda mi vida muy reprimida por el dichoso qué dirán. Y sé de
muy buena tinta que hay mucha gente como yo.
Siempre
he envidiado a las personas que hacían cosas sin importarles para nada lo que
otros pensarían o dirían sobre su manera de actuar. Para mí era gente valiente,
segura de sí y sabia, pero que yo era incapaz de imitar.
¿Cuántas
cosas me he perdido por ese temor al qué dirán.
Pero
mira por donde la vida me ha dado un poco de oportunidad y ahora, con la edad
(y con la cucaracha), he reflexionado y me he dado cuenta de que a la gente yo
le importo un pimiento. Que cada uno va a lo suyo. Y que si alguien me mira
cuando hago algo inusual, no es que me recrimine, sino simplemente es que
siente envidia de lo que hago y que ella no se atreve.
No
es que yo haga o cometa muchas excentricidades, pero sí es verdad que a veces
hago algo que parece que no es el momento. El otro día, sin ir más lejos,
estaba lloviendo a cántaros y me apeteció mojarme y bailar como una loca. Todos
me aplaudieron y me sentí feliz.
Realmente,
esto último es mentira que lo hice pero sí que me hubiese gustado. Y es que
todavía me queda un poco del qué dirán.
Cada
uno debería de estar más atento a sus cosas, arreglar su vida y dejar de
arreglar la vida de los demás.
¡Mira
esa, con una chaqueta color pistacho y los pantalones rojos! ¡Qué horror! ¡Qué
mal gusto! ¡Qué hortera!... y no se pierdan el remate a todo este comentario: ¡ASÍ
SERÁ ELLA!
Esto
que acabo de escribir es real como la vida misma. Dedujeron sin duda ninguna
cómo era yo por la combinación de colores que llevaba. Debe de ser una nueva
teoría psicológica.
Hay
gente que piensa que sus gustos en combinar colores, ropas, peinados, formas de
llevar las cosas…son universales. Es lo
que hay y nada más.
No
hay posibilidad de otras combinaciones de colores, no hay posibilidad de que
una que tiene un cuerpo no tan bonito lleve determinada ropa…no, no es posible.
Para
mí, estas personas, a su ínfimo nivel, son verdaderos talibanes.
Si
estas mentes estrechas, que se creen en posesión de la verdad absoluta, llegan
a tener algún poder, arrasan allá por donde vayan. Son incapaces del diálogo,
de abrir sus oídos y sus mentes a otros planteamientos.
POR
IMPONER “SU VERDAD”, ¡MATAN!
Como
a la cucaracha que no tuvo ocasión de explicarse, de decir qué hacía ella en
ese sitio justo en el momento que la descubrieron. Fue una víctima del qué
dirán y del no diálogo.
Y
yo, digan lo que digan, con mi chaqueta pistacho y mis pantalones rojos,
seguiré reflexionando todos los días con ella. Hasta que la barran, limpien el
local y vuelva a aparecer la ilusión y la esperanza, que están ahí, dormidas,
pero están.